La vida moderna conlleva excesos de ansiedad y estrés. En tales circunstancias el ser humano tiende a inhibir su potencial y a desarrollarse parcialmente debido a sus incontenibles deseos de orden inferior. Él es libre de escoger entre las diferentes ideas que pueden iluminar su conducta con cierta intensidad pero, por lo general, escoge el relativismo que le hace concebir y percibir la realidad a medias.
La mayoría de las personas está deslumbrada con los avances de la tecnología y seducida por las excitantes oportunidades de disfrute sensorial que ésta le brinda, lo cual hace que despilfarre su energía en experiencias banales sin sospechar que de esa manera sólo desarrolla una mínima parte de su potencialidad.
La capacidad potencial de ver las cosas como son y no como las imaginamos es parte de nosotros. Se llama conciencia. Con ella uno puede sentir, discernir y verse a sí mismo en cualquier situación que experimente. La conciencia que constituye nuestro ser es prácticamente imperceptible pero elástica. Sumida en la oscuridad de la desinformación se encoge, y expuesta a la luz del conocimiento se expande. La agudeza y amplitud de criterio de cada uno de nosotros depende de nuestra capacidad cognitiva o grado de conciencia. Ésta puede estar dormida, semidespierta, o despierta. Dormida vibra con lo burdo, semidespierta con lo sutil y despierta con lo trascendente.
Con la conciencia dormida, el ser humano está sujeto a cuatro tipos de defectos: comete errores, es propenso a caer en ilusión, tiene tendencia a engañar a los demás y su percepción sensorial es imperfecta. Con la conciencia semidespierta detecta sus defectos e intuye cómo superarlos. Y con la conciencia despierta reactiva plenamente sus facultades naturales (conocimiento, autocontrol y sabiduría esencial).
El sueño atrofia el potencial innato de la conciencia, la vigilia obliga a desarrollarlo.
La conciencia se desliza entre los resquicios de los cuerpos físico, emocional, mental y causal. En el silencio profundo podemos disfrutar de su clara e inequívoca presencia experimentando un contacto directo con lo que fue, es y será nuestra mismidad esencial.
El acto más creativo de la vida es re-crearse a sí mismo. Tiene lugar en incontables vivencias conscientes e inconscientes. En meditación, la quietud mental permite que la inteligencia del universo penetre y gravite en nuestro espacio interior, potenciando de instante en instante nuestra conciencia estructural.
Cada uno de nosotros está dotado de una potencialidad ilimitada que puede desarrollar plenamente desde el momento en que no se deje seducir por la energía ilusoria material (causante de todo condicionamiento psicológico) y adquiera genuinos elementos de juicio.
La filosofía, los pranayamas, el yoga, los mantras y la meditación son los medios más eficaces para despertar la inteligencia y desarrollar plenamente la conciencia.
Cultivar conocimiento causal y ejercitar la comprensión espiritual agiliza el proceso de emancipación conducente al enriquecimiento progresivo que culmina en la plenitud consciente. Para desarrollar plenamente la conciencia es necesario confiar en que tal logro es posible asumiendo sin rodeos el riesgo de vivir. También hay que aceptar la dificultad como oportunidad y la incertidumbre como parte de la dinámica cognitiva, abandonando totalmente la búsqueda de seguridad sin reducir la determinación en el conflicto. Nuestro ser tiende naturalmente de lo anquilosado a lo fluido, de lo confuso a lo claro, del caos al orden, del desequilibrio al equilibrio, de la beligerancia a la paz, de la discordia a la cordialidad, de la oscuridad a la luz, de la precariedad a la plenitud... ¿Por qué no darle la oportunidad de realizar su inclinación natural? ¿Por qué no ayudarle a desarrollar plenamente la conciencia?